Llegué al Riviera a las seis cuarenta. Quedé con Olivia para vernos ahí temprano. —El evento comienza a las siete, —había puntualizado por mensaje, —pero me gusta llegar tantito antes para checar la distribución. —Cerró su argumento con el sticker de un perrito con traje y corbata. Sonó como una experta, y concluyó —pero llega por el Andaluz, para no hacer fila.
Me bajé del Didi en la entrada al estacionamiento y me dirigí al bar. Una fila comenzaba a formarse. Olivia llegó un poco después. —Vente —dijo. Flasheó nuestros pases de prensa y nos pusieron las pulseras. Entrando, señaló la mesa con las copas y los platos. —Toma tu copa, —me indicó, recordándonos que yo nunca había estado allí, mientras ella ya era una veterana experimentada —yo nunca llevo plato, siento que me estorba, pero como quieras. Tomé un plato porque se me hace ingenioso el diseño con espacio para la copa, como algo que pertenece en un anaquel de Ikea con un nombre imposible como strügkjen.
Me explicó la dinámica: los stands se distribuyen por todo el Riviera, no solo el jardín, sino también los salones y el patio interior. —No, no se separan por vinícola, —dijo, —sino por uva. —Aquí —señaló primero —mira, Robleza. Deja tomo unas fotos para acompañar el texto. Rápido saqué mi cel con una mano, abrí la aplicación de notas y puse mi mejor poker face. Claro que sí, esto es normal, yo ya sabía que venía a esto. Con la mano libre tomé un crostini de la mesa, el topping era costilla de res con mole. Me lo comí de una mordida, ni chance tuve de ponerlo en el plato.
Caminamos unos pasos a una mesa que servía queso, carnes frías y pan. Tomé uno y pregunté por las bolas cubiertas de nuez que estaban en la bandeja. El chico me dijo que era Roquefort y que tenía un sabor fuerte que no a toda la gente le gusta. Olivia estuvo de acuerdo, ella prefería no probarlo. Me sentí retada así que le pedí una. Mientras avanzamos hacia los jardines, mordí el queso y entendí su advertencia.
Olivia me siguió explicando: la Muestra del Vino es el evento organizado por Provino que dio origen a las Fiestas de la Vendimia. Este año, participaron más de cincuenta restaurantes y ochenta y cuatro vinícolas con degustación de más de ciento cincuenta etiquetas. —Y ¿cuál se te antoja probar? —le pregunté. Me dijo que ella pensaba que era mejor no meternos con el tinto, al menos no aún. Luego apuntó a un stand, sacó su teléfono y yo supe que hacer. Saqué el mío y anoté. Sierra Vita. Rosados. Muestran los vinos de otros.
El viñedo de Arnulfo se llama Sierra Vita, él estaban sirviendo rosados, pero entre ellos no estaba el suyo. Nos dijo que los stands no son atendidos por los dueños de los vinos que sirven, sino que en la mayoría de los casos, se promueven los de otras casas. Nos sirvieron a cada quien una copa y seguimos nuestro camino. —Antes, —me explicó Olivia, —atendían pasantes, pero eso hacía que no te dieran mucha información sobre los vinos. Por eso se decidió que mejor atendieran los productores.
Seguimos caminando, nos detuvimos en el stand del Sauvignong Blanc y probamos los vinos de Lechuza y Emevé. Acto seguido, entramos a uno de los salones. Adentro, el ensamble de jazz tocaba. Aún era temprano. La música era animada pero casi no había gente y se colaba la luz del exterior, parecía un ensayo de fiesta. Olivia saludó a los músicos, tomó fotos y me hizo señas para que la alcanzara. Me explicó que debía probar el pan. Se refería al de Salazar. Sirvieron un crostini con requesón, pesto y una verdura fresca en cubitos que ya no recuerdo que era. Recorrimos el pasillo dando mordisquitos al pan, saboreándolo con más vino blanco.
El sol comenzaba a ocultarse y había algo sobre deambular en los jardines del Riviera como turista que me hacía olvidar que llevaba toda la semana sintiéndome cansada. Fuimos por otro rosado, Cuarzo Rosa de Clos de Tres Cantos que maridamos con ostiones de Fuego y luego, uno de Arrebol, del Mogor, rosado también, que tomamos junto con un taco de cochinita pibil de Hacienda Guadalupe.
—¡Ah! Veo a una amiga —Olivia tomó rumbo hacia un grupo de personas mientras yo hacía fila para probar el vino de Chasselas del Mogor. En la cola, vi a una ex compañera de la primaria, nuestras miradas nunca se cruzaron y cada quien regresó con su grupo. Yo guardé mi intento de sonrisa para la siguiente interacción y tomé el que probablemente fue mi vino favorito.
Mientras tenía flashbacks de la primaria, Olivia ya había encontrado a su crew. Los alcancé y regresé al presente. Nos preguntamos que habíamos probado, que nos había gustado y que no. Escuché los nombres: Lomita, Chateau Camou y Bajalupano. —Los ostiones acá están al tiempo, a este crostini le falta sal, ese vino —cara de asco —ni vayan. Pero eso sí, lo que tienen que probar son las tostadas de atún de Ophelia. —Pedí una copa de vino de Lomita, un grenache rosado; sacaron la botella del hielo y me la sirvieron. Ahora sí nos dirigimos al stand de Ophelia, que no decepcionó.
Adentro, se comenzaba a sentir como la fiesta que pretendía ser hacía una hora. El salón estaba lleno. Continuamos el tour, pasamos de nuevo por lugares que vimos al inicio de nuestro recorrido. Dónde había bandejas y bandejas de pan, ahora solo había miruñas sobre manteles blancos.
Salimos en busca de vino espumoso. La fila era larga pero sabíamos que valdría la pena. Espumoso de Cruz, Henry Lurton, pero el que me recomendaron, fue la piqueta. Me quise hacer la conocedora y pedí el piquete. Me corrigieron sin reírse. Nos tomamos el vino rápido y pedimos una segunda copa. Cruzamos la lomita de pasto mojado hacia el escenario, los dedos de mis pies recién pintados se humedecieron y me sentí en verano.
Tocó Loquera Tradición. Llegó más gente y comenzaron las idas al baño y por refill de vino. Cuando terminaba el set y sonaba su cover de Rosa Pastel, creí que el evento estaba por acabar. —No, no, —movió su cabeza de lado a lado Olivia, —ellos abrieron. Sigue Kinky. —¿Kinky? No mames, ¿neta? —Mi incredulidad fue genuina. A esa altura, ya era de noche, le estaba entrando a mi primera (y única) copa de vino tinto y roía un hueso de costilla de res asada de Primitivo. Kinky tomó el escenario en mi segundo flashback, me sentí en la uni. Ahora, igual que en el dos mil seis, bailamos sin pena. Solo que esta vez hubo harto pasito de señora y botella de agua.
En una de mis escapadas por refill de vino saqué mi teléfono y pedí un Uber. Mientras lo esperaba, veía a mis amigas a lo lejos bailando hasta quemarse, un chingo de copas elevadas, risas y humo. Le mandé un mensaje a Olivia ¨ya me voy, ¡que la sigan pasando bien!¨, corazoncito morado. Empiné la copa, lancé mi cabeza hacia atrás y tomé hasta la última gota. Me levanté de la silla y caminé hacia el Boulevard Costero con la copa vacía en una mano y la otra dentro de mi bolsa buscando a tientas el botecito de Omeprazol.